Sea toda nuestra vida, un acto de amor

 

 

MATILDE TÉLLEZ ROBLES

Matilde nació en Robledillo de la Vera (Extremadura) el día 30 de mayo de 1841. Es la segunda hija de D. Félix Téllez Gómez y de Dña. Basilea Robles Ruiz. Su padre, funcionario público, fue trasladado a Villavieja de Yeltes (Salamanca) en 1841 y de aquí a Béjar. Matilde tenía entonces 10 años. Su madre, Basilea, supo guiar a Matilde desde muy pequeña por los caminos providenciales del amor. Su padre, Félix, soñaba con grandes planes matrimoniales.

Matilde es admirada y querida en Béjar por su carácter jovial. Pronto toda la ciudad conoce sus compromisos: amor a Dios y a los hermanos más pobres. Era presidenta de la Congregación de Hijas de María, pertenecía a las conferencias de San Vicente de Paúl, era catequista, atendía a la escuela dominical... Matilde supo conjugar la actividad apostólica incansable con una íntima unión con Dios. La Eucaristía era el centro de su jornada, el Sagrario su refugio durante largas horas de oración y la Virgen su compañera inseparable.

“Cuan gozosa corría por las calles de Béjar, visitando, decía a su amante Jesús en la persona de sus pobres: ¡Mi dueño Jesús amante! El mundo está lleno de necesidades. Todos tienen corazón Yo voy a por los que pueda yo te los traeré.”

Estaba preparada para recibir la llamada de Dios. Comparte su deseo con otras jóvenes. Las fuerzas para mantener ese deseo le venían del Sagrario, los impedimentos de su padre. Matilde mientras tanto sufría en silencio, rezaba y esperaba.

El 4 de mayo de 1874 propone en una carta al papa Pío IX su plan de fundación de una Congregación religiosa pidiéndole su asentimiento y bendición. 

Matilde alquila una casa próxima a la iglesia de Santa María. Ocho se comprometen con ella señalando la fecha del comienzo para el 19 de marzo.

“Vamos a comprar una casa. Vamos a hacer una congregación religiosa y nos reunimos todas...Y nuestra casa es y será pobre, como la de Nazaret. Y nuestra casa se llenará de corazones amantes; y ¡oh gozo sin medida!, moriremos de amor.”

De las ocho amigas sólo se presenta a la cita Maria Briz Manzano

“¿Qué hacer?... ¿Abandonarlo todo?... ¡No, Adelante! ¡No acobardarse adelante!... ¡No importa, Adelante!”

Robustecida con la fuerza que había recibido en la Eucaristía marcha decidida y gozosa con su única compañera María Briz a la “Casa de Nazaret” donde pondrá los cimientos de una Congregación religiosa. En aquella casa viven las dos en la más estricta pobreza en el recogimiento y la oración tratando de imitar a la sagrada familia y esperando que el señor le manifieste su voluntad.

-“¿Dónde están mis pobres? ¿Dónde mis niñas y jóvenes?

- Poned, Jesús mío, dulcísimo consuelo, tus órdenes, que hemos venido a cumplirlas, sólo a ti hemos de servir”.

Matilde siguiendo la inspiración divina se lanza al apostolado llena de alegría. Inaugura una escuela diaria y dominical, acoge en su casa a niñas huérfanas, visita y alienta a los enfermos. Este trabajo diario lo realiza con el mayor desinterés como expresión de su pobreza y de su solidaridad con los pobres. Aventurarse en aquella época a abrir un convento sin dinero y en medio de no pocas críticas y dificultades parecía ser una temeridad. Sin embargo Dios velaba por ellas y su testimonio evangélico y el entusiasmo que transmitían en sus trabajos lograron poco a poco que varias jóvenes se asociaran a ellas.

Matilde viaja hasta Plasencia para visitar al nuevo obispo D. Pedro Casas y presentarle la obra. Dos meses más tarde le concede la primera autorización escrita y el 20 de enero de 1878 Matilde y María Briz visten el hábito azul en la iglesia de San Juan de Plasencia.

“Vernos ya en santo traje para que como librea de fuego amoroso prenda y arda fuego de amor y más amor cada día...Desde aquel día desde aquella hora, yo sufrí una novedad en todo mi ser, como si hubiera dejado de existir. Todo cambió.”

Comienzan a darse a conocer y en medio de dificultades y peripecias llegan a Don Benito donde les facilitan el camino para una fundación y en 1879 se instalan en esta ciudad.

“Ya nada me acobardaba, nada me impedía el paso a mi destino, por más que allí me deje el sacrificio de mi buena madre (...) y todas aquellas educandas que se querían venir con nosotras.”

La nueva casa se convierte en noviciado hogar de niños huérfanos, colegio, atiende a enfermos en sus casas...

El 19 de marzo de 1884 el obispo de Plasencia aprobó las primeras Reglas.

El Instituto se va consolidando en sus fines específicos: Culto a la Sagrada Eucaristía y atención principalmente a los niños huérfanos, a los pobres y a los enfermos.

En julio de 1885, Don Benito sufre una epidemia de cólera. Su inseparable y querida María Briz murió el 16 de julio a los 34 años, víctima de la epidemia, donando así su vida por los hermanos. Por este hecho y por su atención a toda clase de necesitados con amor y desinterés total desde que llegaron a Don Benito, la ciudad comienza a llamarlas “Hermanas de la caridad”.

“Habían pasado enfermedades mortales, y la muerte misma vino a dar más vida, pues que, habiendo sido atacada la población por la epidemia de cólera, todas, haciendo o renovando el sacrificio de su vida, se disponen a morir por el bien de sus hermanos, los invadidos por la peste. Aquella heroína... la primera en formar comunidad conmigo... ofreció su vida en mejor hora por todas, ara que no muriera ninguna... Dios la oyó y aceptó el sacrificio, sólo ella murió en aquella peste”.

En medio de las pruebas Matilde ve con gozo como nuevas jóvenes atraídas por el testimonio de la comunidad se van incorporando a ella. Matilde se desvive por todas para formarlas en el amor a Dios, en la oración y en la entrega a los demás. Desde Don Benito salen religiosas a otras ciudades. Son portadoras del espíritu infundido por la Madre Matilde dispuestas a poner en práctica el lema que Matilde quiso para el Instituto: ORACIÓN, ACCIÓN, SACRIFICIO.

Surgen las casas de Cáceres, Béjar, Almendralejo, Santos de Maimona, Trujillo...

“Nacen del amor ardiente a Jesús Eucaristía; nacen para ganarle corazones; nacen por amor a los hermanos y para remediar sus necesidades”.

Matilde asiste a este florecer del Instituto multiplicando sus desvelos:

“Me levanto aquí pero no sé dónde me acostaré; porque si viene en el correo alguna noticia que mis hijas lo necesitan, saldré como pueda volando a su lado”.

Su visita es para todos motivo de alegría. Todos acuden a ella buscando alivio.

El 15 de diciembre de 1902 de camino a Badajoz, apenas andados unos metros fuera de casa, cayó desvanecida. El 17 de diciembre, Matilde a los 61 años murió gastada en el amor a Dios y a los hermanos. La noticia corrió rápidamente: ¡ha muerto la Madre! el pueblo de Don Benito se conmovió y todos la lloraron como a una verdadera Madre. El testimonio de su vida nos lleva a todos los que queremos compartir con ella carisma y misión a ser “adoradores perpetuos”, ya sea a los pies de un Sagrario, ya sea a los pies de los hermanos necesitados de ayuda. Así lo hacía ella y así nos lo pide reiteradamente a cada uno de nosotros

 

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